Por Fernando Atria (@fernando_atria), Presidente de La Casa Común
Publicada en La Tercera, 28 de octubre, 2020
El plebiscito del domingo mostró varias cosas. En primer lugar, contra mucha mitología política, que no hay polarización en Chile. La polarización está en la política institucional y sus medios de comunicación, en la sección de cartas al director de los diarios principales. El resto de Chile está de acuerdo en desechar la Constitución vigente y darnos una nueva.
La segunda pregunta del voto merece más atención de la que ha recibido. Preguntada si quería que la política tradicional participara de la nueva Constitución, la ciudadanía respondió con un No más categórico incluso que el Apruebo mismo. La segunda pregunta fue otra muestra del solipsismo de la derecha (que incluye pero no se limita a Chile Vamos), que veía en la Convención Mixta una salvaguarda contra la Asamblea Constituyente que nos llevaría a Chilezuela. Pero en vez de eso, fue una oportunidad para que la ciudadanía emitiera un juicio sobre el desempeño de la clase política, de la propia política institucional. Y parece que solo los parlamentarios ignoraban la magnitud del rechazo que recibirían si daban al pueblo una oportunidad como esa. Está por verse cuáles serán las consecuencias de que la política institucional haya sido rechazada por el pueblo en un plebiscito con el 80% de los votos.
Un resultado 80/20 debe motivar la pregunta de cómo pudieron llegar las cosas hasta ese punto. Y aquí conviene hacer algo de memoria. Cuando surgió la idea de que la Constitución permitía un plebiscito convocado por el Presidente de la República con acuerdo del Congreso, fue descartado como un “resquicio”; cuando se pretendió modificar el artículo 15 del texto constitucional y permitir un plebiscito constituyente, fue desechado como un “atajo raro”. El plebiscito solo se hizo posible cuando la irrupción del pueblo en la calle hizo a muchos temer por la estabilidad misma de la democracia. La forma política actual permite a pequeñas camarillas políticas imponer su voluntad con indiferencia por las demandas populares, hasta que el pueblo les responde excluyéndolos a ellos con 80% de los votos. Es de esperar que cuando llegue el momento de discutir el reglamento de la Convención Constitucional algunas de estas lecciones hayan sido aprendidas.
Quienes defendieron la Constitución de 1980 deberán entender que ella ya es historia, y que a todos nos conviene que el proceso constituyente sea exitoso. Esto supone un reglamento orientado a facilitar ese éxito, no a bloquearlo; una Convención que se muestre abierta y receptiva a la discusión constituyente que estará entonces ocurriendo en la sociedad; y en general, una nueva Constitución que dé realidad en la experiencia de los ciudadanos a la idea democrática de que el poder viene del pueblo. Es de esperar que la lógica que impuso la Constitución tramposa, que incapacitó a la política democrática para proteger un modelo económico sin legitimación popular, no controle el proceso constituyente, para que éste pueda darnos la Constitución que Chile necesita.
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