Por Fernando Atria (@fernando_atria), Presidente de La Casa Común
Publicada en La Tercera, 16 de septiembre, 2020
El presidente de la república ha dado a conocer su visión constituyente, de los “grandes valores que guiarán los destinos de la nación”.
Esa visión muestra la incomprensión presidencial del proceso constituyente y su necesidad. El presidente lo observa desde lejos, intenta convencerse de que lo entiende, pero no hay caso. Alcanza a ver, por ejemplo, la creciente demanda por “solidaridad” (=derechos sociales). Y entonces comienza diciendo que “el Estado sea más solidario”. Pero luego reitera los contenidos de la Constitución vigente; y no cualquiera, sino los más inmediatamente vinculados con la mercantilización y negación de los derechos sociales, de la solidaridad. En eso el presidente, como ya es habitual en la política chilena, usa las palabras con indiferencia por sus significados, atendiendo al efecto que prevé causarán en el receptor. Como el candidato que se declaraba “socialdemócrata” no porque defendía los derechos sociales universales, sino porque la palabra suena bien. El presidente dice querer un Estado “más solidario” no porque crea en la necesidad de instituciones solidarias (derechos sociales universales), sino porque calcula que al ver “solidaridad” el lector va a experimentar una sensación positiva.
Por eso no es parte de los “grandes valores” presidenciales que el sistema educacional abra iguales oportunidades de desarrollo de la personalidad a todos. Pero sí que las personas puedan abrir establecimientos educacionales; tampoco es parte de esos valores que la salud se organice de modo que atienda a la necesidad y no a la capacidad de pago, o que tienda a un sistema solidario entre todos; pero claro que es parte que todos puedan elegir entre un sistema privado o uno público.
Cuando se trata de la organización del poder estatal, solo es esencial limitar y restringir el poder. Esto por cierto es importante, pero solo como un segundo problema. El primer problema de una constitución, y el que está más evidentemente vinculado a la crisis de legitimación que se ha venido desarrollando al menos por 15 años, es la creación (“constitución”) de un poder político eficaz, uno que pueda procesar las demandas ciudadanas de transformación cuando ellas surgen. De eso se trata, por lo demás, la idea democrática: de que el poder institucional viene del pueblo.
Porque esta, también ausente de los pensamientos presidenciales, es la cuestión fundamental de la nueva Constitución: se trata de dar realidad en la experiencia de los ciudadanos a la idea democrática de que el poder viene del pueblo, porque en estos 30 años esa idea ha perdido toda significación, más allá de las palabras que significan cualquier cosa. Pero como nos han mostrado reiteradamente desde hace 47 años, esto es algo que para la derecha que el presidente representa es simplemente inaceptable.
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