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Fundación La Casa Común

Ensayos de ultraderecha

Columna de Osvaldo Torres

Director ejecutivo La Casa Común

El Mostrador. 07/11/2021



En Chile quedan pocas certidumbres. Vivimos tiempos agitados y, como sabemos, estos pasarán. Retornará la calma, aun cuando existe poca claridad cuándo y qué forma adoptará.


Estos tiempos inciertos tienen una doble cara. Para quienes la certidumbre de 30 años era saber que nada cambiaría mucho, como la mala calidad del empleo, los bajos salarios o el abuso del empleador, y que las deudas -por tratar de educar a los hijos, o por padecer una enfermedad propia o de un pariente- los consumía, abrumados en la certeza de una pobreza que se agrandaba al compararse con la riqueza de otros, todas esas certidumbres acumularon sed de justicia y abrieron una nueva etapa en el país; era una seguridad indeseada. Para aquellos que tenían la certeza de los buenos negocios producto de la especulación, el abuso al consumidor por los precios concertados de empresas coludidas, entre otros “emprendimientos” poco redistributivos del bienestar; o que vivían con la sensación de ser dueños de sus vidas o del país, con las certezas de la autopista de pago para llegar temprano al hogar y el área verde de su comuna, esta actual incertidumbre parece un caos destructivo.


Así todo, la incertidumbre produce la esperanza que las cosas cambien para bien, aunque puede trastocarse en el temor a que el cambio sea imposible, que las cosas seguirán igual o serán peores que antes.


Esto lo sabe la ultraderecha y trabaja en esto. Por una parte, busca fijar la ingobernabilidad a partir del “estallido”, como si la crisis fuese producto de un enemigo peligroso, de delincuentes y desadaptados que emergieron para destruir el país. Pretenden borrar de la memoria la situación previa, “los 30 años”. La línea argumental explora la mano dura, el estado de emergencia, el autoritarismo con más y mejor represión, castigando a los insubordinados, para restituir la tranquilidad.


El ascenso de la influencia de Kast, es el reflejo de la emergencia de una ultraderecha social, agrupada en torno al temor al cambio, al desorden, a la añoranza del “todo tiempo pasado fue mejor”, que en este caso ni siquiera es el período de transición. Su ideario se sustenta en un “nacionalismo” a ultranza (de esos de Patria y Libertad, “un Estado, una lengua”, un pueblo una zanja), un catolicismo conservador (de esos de Fiducia, ahora el grupo Yunque en su versión globalizada), una idea económica de la propiedad privada y de libremercado, de corte extractivista y subsidiaria, antiigualitarista, promovida por la fundación Atlas Network, de la cual Axel Kaiser, fundador de Fundación para el Progreso, es un alto miembro: https://www.atlasnetwork.org/partners/center-for-latin-america).


La estrategia de la ultraderecha chilena se articula con otras instituciones, fuentes de financiamiento y proyectos similares, lo que les permitió desafiar el orden político partidista de la derecha más “tradicional” de la UDI y RN. Fenómeno que debe ser visto en el contexto global de otras formaciones partidarias emergentes en el resto del continente y a nivel mundial.


Esta estrategia es confrontacional respecto de la izquierda, la centro izquierda y los liberales sociales, pues de alguna forma los clasifican a unos como enemigos de la libertad y a otros como los ingenuos ante el desafío de restituir un orden autoritario. La experiencia de VOX en España, Fidesz en Hungría y otros países de la ex Europa oriental son significativos, como también las formas en que este pensamiento se anida en los propios partidos conservadores de la región, como en Brasil, Colombia y México.


La articulación de la ultra derecha, en condiciones del Chile actual, ha promovido el Rechazo a la nueva Constitución, tanto a su instalación como a lo que será su plebiscito de salida; promueve la intervención militar en la zona del Wallmapu para resolver el tema del pueblo mapuche; activa la idea que el fortalecimiento del Estado en la economía es el fin de la libertad individual, entre otros viejos argumentos, reciclados de los años 70 y 80. Ahora, con más habilidad, más psicología de masas y dineros.


En concreto, esta tendencia ultraderechista no busca tomar el gobierno en la próxima elección. Como dijera el empresario de la cadena “Líder” Nicolás Ibáñez -miembro de Net Work-, quieren destruir la alternativa de izquierda haciendo fracasar al potencial gobierno de Boric. Para ello están recurriendo a un ensayo general: el corte de rutas como forma de movilización de los gremios de camioneros en el sur, y de ciudadanos en Punta Arenas, con la complacencia de Carabineros que se limita a controlar el desvío del tránsito y no cumpliendo con el despeje de las rutas. Esta forma de insubordinación civil o protesta social, no es procesada así por los medios de comunicación, sino más bien como una demanda de “necesidad de orden”, lo que es una paradoja.


A lo anterior, la ultraderecha agrega la idea que la nación está en peligro de desarticulación tanto por la falacia que la Convención Constitucional busca cambiar el nombre del país y sus símbolos. Además, califican como acción “terrorista” de grupos mapuche todo tipo de acciones violentas sean delincuenciales, de narcotraficantes o políticas, para imponer una política represiva como forma de “fortalecer” el Estado de derecho y la unidad de “la nación”, opacando las reivindicaciones y los derechos colectivos a la autonomía y al territorio que les pertenecía. Bajo la defensa de la unidad del Estado impulsan la militarización del orden público, incorporando a las FFAA como factor político, en las decisiones relacionadas con los derechos de los pueblos originarios reconocidos internacionalmente.


Junto a lo anterior, se han insinuado acciones judiciales, que ocupando los “resquicios” legales, tienden a utilizar al poder judicial como instrumento para desestabilizar el propio Estado de derecho. Otra paradoja, que se expuso bien en el recurso de unos abogados contra los reglamentos aprobados por la Convención Constitucional, para mostrar una actuar inconstitucional y así desacreditarla y posteriormente, quizás, buscar desestabilizarla.


En síntesis, el cambio del eje en la derecha, que resultaría de pasar Kast a la segunda vuelta presidencial, traerá consecuencias gravísimas en la convivencia democrática. La ultraderecha no es amiga de la democracia, prefiere el autoritarismo, la represión y el libre mercado. Las estrategias aplicadas por ellos en Estados Unidos, Brasil, Bolivia y Colombia, entre otros países están siendo ensayadas.


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