Por Eugenio Rivera Urrutia
Colaborador La Casa Común
El Mostrador, 25 de enero 2022
Un gabinete se mide, primero, en la forma en que el nombramiento impacta a la opinión pública; luego, en la capacidad de ayudar al Presidente a contribuir al éxito del proceso constituyente, llevar adelante los objetivos programáticos y enfrentar el gran número de imprevistos, incidentes y conflictos que conforman el día a día de la experiencia gubernamental; y, finalmente, al evaluar al cabo de los cuatro años la gestión política global, los logros en los objetivos buscados, en los efectos sobre la vida política, económica, social y medioambiental del país, las consecuencias no anticipadas y la posibilidad de que el Primer Mandatario sea reelecto o entregue la Presidencia a alguien de su mismo sector político.
Lo que sabemos, por el momento, es que el gabinete designado ha sido recibido con esperanza y con entusiasmo por la ciudadanía, por la alta participación de mujeres feministas en el elenco ministerial, por el predominio de caras nuevas, por su diversidad, por su alta experiencia política y por el conocimiento que tienen las(os) ministras(os) designadas(os) de las diferentes áreas de política que les tocará conducir.
El nombramiento del gabinete logra, además, encontrar la llave para objetivar la incertidumbre, controlar los miedos irracionales y angustiosos de un sector importante de la población y del empresariado en particular. Con el nombramiento del gabinete se crean las condiciones para una deliberación política más objetiva sobre un programa que –como ha señalado la propia futura vocera del Gobierno, Camila Vallejo– es socialdemócrata de nuevo tipo, pues incorpora la perspectiva feminista, el diálogo como principal instrumento de gestión política de las reformas y el compromiso de abordar la crisis climática. La evaluación de las otras dos dimensiones se irá viendo en el curso de los próximos cuatro años.
Criterios para evaluar un gabinete en la era de la irrupción feminista y post-18-O
El análisis del gabinete designado el viernes 21 de enero, un día antes del límite que se había impuesto el Presidente electo y a la hora precisa en que había sido convocada la ceremonia, no puede ser evaluado con los criterios tradicionales. Las fotos que han circulado en los medios sociales, en que se ve el gabinete del Presidente Patricio Aylwin –que fue bien evaluado al ser nombrado y al terminar el período de gobierno–, conformado solo por hombres vestidos con ternos oscuros y caras serias, contrasta con el gabinete del Presidente electo en que aparecen 14 mujeres (feministas), de un total de 24 designados, y que, además, asumen carteras claves. Son otras caras, más diversas, que deben enfrentar tareas muy distintas.
Un gabinete dirigido por una mujer de 35 años, independiente y que, quizás con ternura, pero que llama las cosas por su nombre, apuesta al diálogo y a la búsqueda de nuevos enfoques para enfrentar el conflicto en La Araucanía y la lucha contra el crimen organizado y es clara al señalar que la violencia no es el camino para conseguir cambios. Expresa también demandas imaginadas solo por unas pocas hace 30 años: una aproximación a la vida política que se funda en la igualdad de los géneros, que aspira a ser consistente con la vida familiar, donde el construir una sociedad más amable es prioritario, donde la subjetividad y el cuidado de todos por todos es central.
Asume el Gobierno un proyecto de izquierda nueva, comprometida con los cambios que viene demandando la sociedad chilena desde hace más de una década y que se hacen posible con el 18-O, la apertura del proceso constituyente y el triunfo de Gabriel Boric. Una izquierda que tiene incorporada en su ADN la convicción de que la profundización de la democracia –representativa con todo el perfeccionamiento necesario y adecuadamente complementada con mecanismos de democracia participativa y deliberativa– no es un obstáculo para las transformaciones, sino que forma parte integrante de los cambios demandados. Por ello, apuesta al diálogo y a la construcción de las mayorías necesarias para hacerlas viables.
Una izquierda que entiende que no es posible sacrificar el presente por un futuro hipotético y que, por tanto, debe asegurar que el país funcione, que exista la tranquilidad necesaria para llegar a los lugares de trabajo y volver a las casas, que la economía entregue los bienes necesarios para asegurar el bienestar de la ciudadanía en armonía con la protección y promoción del medioambiente. Nada más reñido con esta nueva izquierda es que se violente la democracia y se obligue a los conciudadanos a emigrar del país, pues no existen las condiciones para una vida digna.
La conducción del Gobierno: el grupo de los cinco
A diversos analistas, medios de prensa y círculos de Apruebo Dignidad, ha llamado la atención el grado de afiatamiento que muestra el equipo dirigido por el Presidente electo y conformado por Izkia Siches, Giorgio Jackson, Camila Vallejo y Antonia Orellana. Una mirada retrospectiva a los seis gobiernos que los precedieron, luego de la restauración de la democracia, deja en evidencia las particularidades de la conducción colectiva que empieza a configurarse. Como contrapartida, queda en evidencia que el nuevo Gobierno estará sostenido por la coalición más fragmentada y débil de los últimos 30 años.
En el Gobierno de Aylwin, la conducción se estructuraba en torno al Presidente por su larga trayectoria política y sobre la base de la capacidad político-técnica de Boeninger, el fuerte control del equipo económico por parte de la dupla Foxley y Ominami, y la potencia táctica de Correa que aseguraba el apoyo irrestricto de la izquierda. Sostenía el Gobierno una coalición que se había formado en la lucha contra la dictadura y en la constitución del llamado “partido transversal”.
El Gobierno de Frei se quiso estructurar a partir de los presidentes de los partidos más importantes de la coalición; ello fracasó rotundamente. Posteriormente, se organizó a partir del triunvirato democratacristiano, conformado por ministro del Interior, Carlos Figueroa; de Defensa, Edmundo Pérez; y de Hacienda, Eduardo Aninat. A ellos se sumaba Ricardo Lagos como presunto futuro Presidente de la República. El Gobierno, más allá de sus logros, no logró una conducción política afiatada sino hasta cuando José Miguel Insulza asumió como jefe de la Segpres y como “real” ministro del Interior.
La fuerza incontrarrestable del entonces Presidente Ricardo Lagos encontró un complemento en el ministro del Interior, José Miguel Insulza; mientras que en lo económico se vivió una fuerte tensión entre los ministros de Hacienda y de Obras Públicas, todo lo cual terminaría en la crisis del Transantiago. Caracterizó a esa administración el intento de dirigir el Gobierno a partir del “Segundo piso”, en perjuicio de la Segpres.
La primera administración de la Presidenta Bachelet, estuvo marcada por el predominio del ministro de Hacienda en la toma de decisiones, lo que se tradujo en una reforma previsional que, si bien creó el Pilar Solidario del sistema de pensiones, fortaleció el sistema de AFP e hizo imposible que se impulsara una real reforma de la educación que respondiera a sus problemas de desigualdad y mala calidad. Estas dos políticas tendrían como efecto no deseado la movilización estudiantil, el movimiento “No + AFP” y otras movilizaciones sociales que configurarían, en buena medida, los conflictos de la década siguiente y que cambiarían Chile, algunos años después.
El predominio del ministro de Hacienda sería también decisivo para la división de la Concertación en dos candidaturas, lo que derivaría en el triunfo de Piñera en el 2010. Los dos gobiernos de Sebastián Piñera se han caracterizado por el absoluto predominio del Presidente en la gestión gubernamental y, quizás más importante todavía, por la subvaloración de lo político como elemento fundamental de la gestión presidencial. Ello tuvo como consecuencia, en ambas administraciones, la temprana derrota política y, en consecuencia, una mala gestión gubernamental.
La segunda administración de Michelle Bachelet fue sin duda un Gobierno de cambios; no obstante, careció de una conducción política que ordenara a los distintos ministerios, permitiendo que desde el Ministerio de Hacienda se estableciera el centro de la resistencia a los cambios que había comprometido la Presidenta.
Desde la restauración de la democracia y probablemente en los últimos 100 años, nunca ha existido una conducción política de pares, como la que se prefigura en el Gobierno entrante. Estructurada al calor de las luchas sociales de la primera mitad de la década, ha protagonizado la construcción del Frente Amplio (FA), que rompió el duopolio y reconfiguró el escenario político. En este contexto, el Mandatario electo complementa el liderazgo gubernamental del grupo de los 5, con el desarrollo del fuerte liderazgo popular que ejerce y que aparece como el principal sustento del nuevo Gobierno. El empuje político del grupo queda también en evidencia en la forma como Camila Vallejo está incidiendo en la transformación política y cultural del Partido Comunista. La gran debilidad es sin duda la alta fragmentación política, la falta de experiencia de trabajo colectivo de las distintas fuerzas que la componen. En estas circunstancias, se corre el peligro de que los partidos políticos sean absorbidos por la gestión gubernamental y, con ello, se descuide la arena política que representa la sociedad civil, lo que puede derivar en una desconexión con la ciudadanía.
El gabinete y el rol del ministro de Hacienda
Como dijimos más arriba, el nombramiento del hasta ahora presidente del Banco Central, Mario Marcel, como nuevo ministro de Hacienda, constituyó una jugada maestra del Presidente electo. No obstante, desde Apruebo Dignidad se ha expresado la preocupación de que el nombramiento de Marcel impida llevar a cabo el programa de cambios a que se comprometió el Presidente electo. No es la opinión de Gabriel Boric, quien en entrevista con la BBC ha sostenido que Marcel “tiene una trayectoria y una experiencia en el Estado, en la Dirección de Presupuesto, en el Banco Central y también afuera, en el Banco Mundial, en la OCDE, y esa trayectoria es incuestionable, y que además es una garantía de seriedad para las reformas que tenemos que empujar y que van a ser difíciles y que van a requerir de amplios consensos y que necesitaban, creo yo, esta garantía que una persona como Mario Marcel le puede dar, además de sus firmes convicciones progresistas, como él se define socialdemócrata”.
Marcel es, sin duda, una figura crucial y conocida en la política chilena. Inspirado en la reforma del Estado inglesa de fines de los 80, bajo Thatcher, y de los 90, bajo Blair, puso su sello en el mejoramiento de la gestión pública, estableciendo una relación no exenta de polémicas con los trabajadores del sector público. Fue actor principal de la reforma previsional del 2008, que –como se dijo más arriba– si bien creó el Pilar Solidario, consolidó sin cambios sustantivos el sistema de AFP. La gestión del Banco Central bajo su presidencia fue de dulce y agraz, apoyó la débil política del Gobierno de apoyo a las familias y las pymes en el 2020 y, al mismo tiempo, tomó medidas razonables en el campo monetario para enfrentar la crisis, promoviendo oportunamente una elevación de la Tasa de Política Monetaria (TPM) para controlar la inflación que empezaba a acelerarse. Ha defendido con vigor la autonomía extrema del Banco Central y no comparte la preocupación respecto a los problemas que para la diversificación de la economía genera la política ortodoxa de control de la inflación. En este contexto, se plantea la pregunta sobre si Marcel podrá imprimir el giro necesario a lo que ha sido el rol predominante del Ministerio de Hacienda en la definición de la política gubernamental y, de esa forma, como ha señalado, “ayudar a crear las condiciones para que los compromisos se puedan cumplir”.
Más allá de ello, cabe destacar que Marcel llega a un Gobierno y una época distinta a la de los ministros que se caracterizaron por una posición de dominio. Al contrario de un Foxley, un Aninat o un Eyzaguirre, Marcel no forma parte del núcleo que tomará las decisiones del nuevo Gobierno. Sin duda que hará valer sus posiciones tanto en el Comité Político como en el ministerio que encabezará, que tiene un gran poder en el Gobierno y en el aparato del Estado. El apoyo político partidario del que dispondrá tampoco se asemeja al de sus antecesores. En tal sentido, será el apoyo del Presidente y del Comité Político su fuerza principal. Pero ello estará asociado a su capacidad de cumplir con la promesa que se recoge en el párrafo anterior y compatibilizarla con su compromiso con la estabilidad. Prueba de fuego será sin duda su capacidad de lograr aprobar la reforma tributaria, que recaude lo necesario para financiar las reformas y asegure el fortalecimiento de la institucionalidad tributaria. Crucial para el éxito del Gobierno será un nuevo tipo de equilibrio entre Hacienda y los otros ministerios del área económica, que tendrán a su cargo el impulso del nuevo modelo de desarrollo que comprometió el programa de Apruebo Dignidad. Para ello, resultaría recomendable la incorporación del ministro de Economía al Comité Político.
Tan importante como lo anterior, es que Marcel llega al Gobierno en momentos en que las prioridades han cambiado notablemente. Hoy, junto con la estabilidad macro, la transformación económica es una prioridad fundamental para hacer frente al creciente agotamiento del modelo económico. Crucial es también hacer frente a la crisis climática, a la sequía que nos asola desde hace casi una década y construir una relación distinta entre nuestra actividad económica y la demanda de protección del medioambiente. Existe creciente consenso en la necesidad de dar un fuerte impulso a las regiones, lo que incluye una descentralización fiscal. Son urgentes las reformas de las pensiones, la educación y la salud. Este complejo de problemas requiere de liderazgos potentes que establezcan una relación horizontal con el ministro de Hacienda. No es posible más, que las reformas se digiten desde Hacienda. Dicho ministerio debe cumplir las obligaciones presupuestarías que le corresponden, pero deben ser las carteras sectoriales las que asuman el liderazgo en las transformaciones. Ello es crucial para el éxito del Gobierno. El reconocer este nuevo escenario es condición para una gestión exitosa del nuevo titular de Hacienda y para el éxito del proyecto político transformador del Mandatario electo.
Es también destacable el éxito del Presidente electo, Gabriel Boric, en estructurar un real gabinete del Apruebo que triunfó en el plebiscito, que avanza en la construcción de la mayoría parlamentaria requerida para impulsar los cambios y que traduce también el rol que jugó la movilización y las organizaciones sociales en la transformación del país. Un profesor de aula toma las riendas de Educación; una mujer directora de hospital asume como ministra de Salud; el encargado de la investigación de la Universidad de Chile, que además es miembro del Partido Comunista, toma el cargo de ministro de Ciencia y Tecnología.
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