Por Rodrigo Astorga
Seguidor de LCC
La Habana, año 65, el Che escribió sobre el socialismo y el hombre nuevo…quizás nunca existió el hombre nuevo sin una transformación cultural…el materialismo histórico se comió la discusión, y se olvidaron de una parte esencial. De partida el concepto de hombre nuevo está lleno de contradicciones. “El revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor”. Parece una frase al aire, pero es justamente el amor el sentimiento que puede lograr frenar la destrucción de la naturaleza, de la vida, y de las relaciones sociales. Estas campañas han carecido de amor, sólo hay miedo y rabia en ambos mundos.
La figura de Izkia Siches irrumpió en esta elección posibilitando el amor. Ese amor implica transversalidad, saca a las personas de sus nichos naturales de votación. El carisma, la empatía, es lo que salva a la política, esa fue la gracia de Michelle Bachelet, más allá de sus errores. Tengo una mirada un poco psicoanalítica de lo que ocurre, una perspectiva desde el eros y el tánatos. Izkia, una madre joven, empoderada y de origen humilde representa el eros: la fecundidad. Esto en el contexto de una transformación cultural que ha tomado como ejes centrales el feminismo y el ecologismo. La pulsión de vida nos permitirá la autoconservación, construir unidades, lazos y vínculos cada vez mayores, aprendiendo a cuidarlos y mantenerlos.
Este fin de semana vamos a ganar justamente por esto. Es verdad que la gente quiere orden y certezas ante el miedo y la rabia. Pero creo firmemente en que el despertar de Chile el 2019 simbolizó la esperanza de un pueblo en justicia, libertad y dignidad. Es verdad que las personas deben ser capaces de adoptar libremente decisiones sobre su vida, además de tener los medios para llevarlas a cabo. Libertad es autodeterminación. La libertad la toman las personas, la sociedad.
La sociedad tiene que controlar al Estado y sus élites para que éste proteja y promueva su libertad y la dignidad de las personas y la naturaleza. La libertad necesita que haya una sociedad movilizada y que participe en política. Chile quiere y merece esa libertad y dignidad, una buena vida. Una “buena vida” no significa renunciar a los placeres, sino no abusar de ellos: requiere ayudar a los menos afortunados sintiéndonos parte de un colectivo.
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