Por Fernando Atria (@fernando_atria), Presidente de La Casa Común
Publicada en La Tercera, 2 de septiembre, 2020
En su extraordinaria novela How Far Can You Go (en castellano Almas y Cuerpos), que sigue la vida de un grupo de jóvenes católicos que ve sus creencias puestas a prueba en los tiempos de la liberación sexual, David Lodge dice que “en algún momento de los años 60, el infierno desapareció. Nadie puede decir exactamente cuándo ocurrió. Primero estaba ahí, y después ya no estaba”.
Algo similar podemos decir de la Constitución: en algún momento después del 18 de octubre, la constitución desapareció. Nadie sabe exactamente cuando ocurrió. Primero había autoridades y agentes convencidos de sus bondades y dispuestos a defenderla, y después ya no.
Primero vimos a parlamentarios dispuestos a presentar y discutir proyectos que explícitamente reconocidos como inconstitucionales. Luego, airadas protestas del gobierno y el oficialismo sobre el respeto a la Constitución y la importancia de seguir las reglas, sin nadie dispuesto a recurrir al Tribunal Constitucional en defensa de la Constitución. Ni siquiera se atrevieron a hacerlo cuando se aprobó el retiro del 10% de los fondos previsionales mediante lo que denunciaron como “un subterfugio”. Solo hicieron estentóreas e indignadas declaraciones en programas de televisión.
Y ahora vemos que, en la campaña que lleva al plebiscito del 25 de octubre, nadie está argumentando que la Constitución es lo que Chile necesita. Pablo Longueira ha anunciado que votará apruebo, pero no porque crea que es bueno que gane el apruebo, sino para “licuarlo” (sic). Aunque esto es puro oportunismo, el dato político resulta ser especialmente duro: cuando la pregunta sea “Quiere ud. una nueva Constitución?” Pablo Longueira y Joaquín Lavín, Coronel de la UDI uno y joven de Chacarillas el otro, votarán “apruebo”. Y los otros, los que votarán “Rechazo”, lo harán mientras tratan (infructuosamente) de convencernos de que rechazan no a nombre de la constitución que hoy existe, sino “para reformar”.
Antes del 18 de octubre, era de buen gusto decir que la Constitución era el resultado de 30 años de ejercicio democrático por buscar y lograr “grandes acuerdos”; era la Constitución de la transición, imbuida del espíritu de amistad cívica de esos años, que había permitido a todos ir construyendo una institucionalidad común. Y esa Constitución común, esos grandes acuerdos, ese ejercicio de madurez cívica, desapareció somo el infierno: sin que nadie se diera siquiera cuenta. Y ahora, cuando nos aprontamos a responder la pregunta de si queremos seguir viviendo bajo la Constitución que ha regido por 30 años, la que ha protegido el modelo de AFP, la que ha impedido la solidaridad en salud, la que fue invocada para dificultar cada pequeño paso que se dio para humanizar el sistema educacional (desde la introducción de la cuota de alumnos vulnerables hasta la proscripción del LUCRO), la que impidió la titularidad sindical, esa constitución, resulta que no es defendida por nadie. Nadie cree que sea la Constitución que Chile necesita.
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